Comentario
DEDICATORIA
Al muy ilustre señor don Martín Cortés, Marqués del Valle
A nadie debo dedicar, muy ilustre Señor, la Conquista de México, sino a vuestra señoría, que es hijo del que lo conquistó, para que, así como heredó el mayorazgo, herede también la historia. En lo uno consiste la riqueza, y en lo otro la fama; de manera que andarán juntos honra y provecho. Mas, empero, esta herencia os obliga a seguir mucho lo que nuestro padre, Hernando Cortés, hizo, como a gastar bien lo que os dejó. No es menor loa ni virtud, ni quizá trabajo, guardar lo ganado que ganar de nuevo, pues así se conserva la hacienda, que sostiene la honra, para conservación y perpetuidad de lo cual se inventaron los mayorazgos; pues es cierto que con las muchas particiones se disminuyen las haciendas, y con la disminución de ellas se apoca y hasta se acaba la nobleza y recuerdo; aunque también se han de acabar, tarde o temprano, los mayorazgos y reinos, como cosa que tuvo principio, o por falta de casta o por caso de guerra, por lo que siempre suele haber mudanza de señoríos. La historia dura mucho más que la hacienda, pues nunca le faltan amigos que la renueven, ni la impiden las guerras; y cuanto más se añeja, más se aprecia. Se acabaron los reinos y linajes de Nino, Darío, y Ciro, que comenzaron los imperios de asirios, medos y persas: mas duran sus nombres y famas en las historias. Los reyes godos de nuestra España murieron con Rodrigo, pero sus gloriosos hechos viven en las crónicas. No deberíamos meter en esta cuenta a los reyes de los judíos, cuyas vidas y mudanzas contienen grandes misterios; sin embargo, no permanecieron mucho en el estado de David, varón según el corazón de Dios. Son de Dios los reinos y señoríos: Él los mida, quita y da a quien y como le place, pues así lo dijo Él mismo por el Profeta; y también quiere que se escriban las guerras, hechos y vidas de reyes y capitanes, para recuerdo, aviso y ejemplo de los demás mortales; y así lo hicieron Moisés, Esdrás y otros santos. La conquista de México y conversión de los de la Nueva España, justamente se puede y debe poner entre las historias del mundo, así porque fue bien hecha, como porque fue muy grande. Por ser buena, la escribo aparte de las otras, como muestra de todas. Fue grande, no en el tiempo, sino en los hechos, pues se conquistaron muchos y grandes reinos con poco daño y sangre de los naturales, y se bautizaron muchos millones de personas, las cuales viven, a Dios gracias, cristianamente. Dejaron los hombres las muchas mujeres que tenían, casando con una sola; perdieron la sodomía, enseñados de cuán sucio pecado y contra natura era; desecharon su infinidad de ídolos, creyendo en Dios nuestro Señor; olvidaron el sacrificio de hombres vivos, aborrecieron la comida de carne humana, cuando solían matar y comer hombres todos los días; pues estaban tan cautivos del diablo que sacrificaban y comían hasta mil hombres algún día, sólo en México, y otros tantos en Tlaxcallan, y por consiguiente en cada gran ciudad cabeza de provincia, crueldad jamás oída y que desatina el entendimiento. Permanezca, pues, el nombre y memoria de quien conquistó tanta tierra, convirtió tantas personas, derribó tantos dioses, impidió tanto sacrificio y comida de hombres. No encubra el olvido la prisión de Moctezuma, rey poderosísimo; la toma de México, ciudad fortísima, ni su reedificación, que fue grandísima. Esto basta por memorial de la conquista: no parezca alabar mi propia obra si todo lo trato, pues quien la considere, sentirá más de lo que yo puedo encarecer en una carta. Solamente digo que vuestra señoría, cuya vida y estado nuestro Señor prospere, se puede preciar tanto de los hechos de su padre como de los bienes, pues tan cristiana y honradamente los ganó.
Francisco López de Gómara